AMOR.-
Una
vez quise buscar el amor y aún ando en ello. Siempre he oído muchas
y variadas versiones de lo que es el amor, me han mostrado cuadros de
esmerados pintores, me han dado a leer diversos libros de afamados
literatos, he escuchado conferencias de prestigiosos oradores, he
dado oídos a ilustres predicadores en solemnes panegíricos en
iglesias, no olvido los comentarios en charlas disentidas de
cuadrilla, pero a día de hoy sigo con la misma inquietud, con
idéntica incertidumbre. ¿Qué es el amor? ¿Dónde reside?
Después
de esta pequeña decepción he intentado escudriñar en mi silencio,
en mi interior, comprobar si lo que busco con obcecación pueda ser
que esté dentro de mí, no sé si en el alma, otro de mis dilemas, o
en algún recóndito lugar de mi cuerpo, sin entender si es algo
espiritual o corpóreo, un tanto a tontas y a locas, sin rumbo fijo y
ahora es el momento que mi duda no ha menguado, más bien al
contrario, esa incertidumbre primigenia presiento acabe en una
certeza de su inexistencia.
Tal
vez la culpa sea mía creyendo que todo tiene que ser tangible, otro
santo Tomás, pero como carezco de otra experiencia solo me queda
aferrarme a ella.
¿Qué
me resta? ¿Ofuscarme en mi poquedad o lanzarme al vacío a expensas
de que un hado clemente se digne cruzarse en mi camino y dé con el
quid de la cuestión?
Me
comentan del amor desinteresado, ¿Hay amores filántropos? ¿Existe
amor sin correspondencia?
No
se puede enamorarse sino existe algo a lo que entregar un amor.
Me
cuestiono: ¿qué importancia puede tener esto? Nadie se pregunta
cómo es un dolor de muelas hasta que lo sufre en sus carnes, tal
vez especulando que debe haber varias clases de dolores de muelas.
Habiéndolo
experimentado ¿somos capaces de dar una explicación satisfactoria a
nuestro interlocutor?
Tal
vez sea más sencillo de lo que creemos, pero acostumbrados como
estamos a elucubrar sobre todo buscando una trascendencia superior,
desechamos lo nimio que luego andaremos de cabeza para completar sin
él ese puzle tan complejo.
Haré
un impase. Mañana será otro día.
ALDEANO
Paseando
un día cualquiera a una hora indiferente, monótona con mi txapela
calada, mis pantalones vergara, mi camisa de felpa, porque el frío
aprieta, me cruzo con una persona y oigo a su paso ¡Jo que aldeano!
Como un resorte vuelvo mi cabeza atrás y en un primer momento me
entra un sentimiento de indignación que comprimo y pasos más
adelante quiero considerar que ese personaje o bien me ha dedicado
una loa o bien ha intentado mofarse de mí. De momento no hago más
caso al asunto pero algo queda grabado en mi mente. Cuando me
encuentro en mi casa, repantingado en el sofá me acude la imagen
anterior a la que apenas si he dado importancia y considero el nimio
incidente.
Corretean
por mi mente imágenes de tiempos pretéritos, recuerdos de vivencias
en mi aldea, y se cruzan ante mí fotogramas de paisanos rústicos,
curtidos por el sol, de manos callosas, de vestir mohíno, de caminar
cansino, casi encorvado y entonces me alegro de ser aldeano, porque
comprendo que esas gentes que tal como en ese encuentro son
considerados como parias sostienen la vida de aquellos que por vivir
en una ciudad, de mantener un status novedoso, fútil, suspendido en
los avatares de los mercados, de los vaivenes de la albur del
devenir, se consideran como clase privilegiada e ignoran que merced a
estas personas el mundo mantiene su esencia, que solo mirando hacia
atrás comprobamos quienes fuimos y comprender que nadie puede
renegar de sus orígenes.
Mantienen
una cultura milenaria, madre de todo cuanto sucede hoy, raíz del
progreso, aunque esto pueda parecernos una entelequia, pozo profundo
de sabiduría natural, congénita, manantial y génesis de tiempos
futuros.
No
podemos cortar la raíz porque la planta tarde o temprano perecerá.
La ciudad, el progreso no es algo espontaneo sino una progresión de
tiempos pasados, de ese humus que mantiene la planta.
El
aldeano conserva las tradiciones, esa sabiduría natural, ecológica,
tan de moda en nuestros días, con unos rizomas profundos y anclados
en lo más hondo de nuestro ser, de nuestra esencia primaria. Es
génesis de nuestro hoy, inevitable referencia de cuanto acontece.
Me
he sentido aliviado, es más, agradecido de que haya provocado una
reflexión sosegada en mi casi olvidada condición de aldeano,
consumida por la voracidad del mundo nuevo, angustioso, amnésico de
mis orígenes y en ese ligero regreso a un pasado cercano me he
vuelto a reencontrar conmigo mismo y recuperando valores
menospreciados, abandonados en ese rincón de mi mente abstraída y
apresada por un progreso tirano que abandona precipitadamente pasos
anteriores, aconteceres no muy lejanos, tirando de hemerotecas,
redescubriendo la historia, resacando nostalgias de tiempos
diferentes pero todavía vigentes.
¡Qué
larga es la historia!, la vida misma, por eso tal vez si un día
tuviera la oportunidad de encontrarme con esa persona me presentaría
ante él con orgullo, sin rencor, tal como soy, así: un simple
aldeano.
BORRACHO
Me
encuentro repantingado en el sofá, con un ligero sopor y un cierto
dolor de cabeza, adormilado. Si, son los síntomas de una pequeña o
gran juerga donde ha habido un exceso de alcohol. Resaca es la
palabra idónea. En mi casi subconsciente lamento mi poca precaución
ante una situación repetida en otras ocasiones, quiero decir que no
me coge por sorpresa.
Y
en esa indolencia repaso maquinalmente las diversas acepciones de
este vocablo y me maravillo que las hay hasta contradictorias. Si a
uno se le comenta cuando está de jarana se lo puede tomar como un
chiste o un halago, si es en una conversación juiciosa se torna en
sinónimo de persona beoda crónica, se percibe como algo
peyorativo, denigrante, incluso excluyente, pero también en
bastantes situaciones se le atribuye el calificativo de excelso,
“estoy emborrachado de felicidad” “… de dinero” y otros
contextos más.
Mi
ánimo no está para disquisiciones sobre cuál puede ser mi status
en estos instantes, pero sí que puedo decir que mi sentir es que soy
una piltrafa, que todos mis valores quedan un tanto relegados o
rebajados, que un poco me doy cuenta de que tal vez en muchas
ocasiones me he encumbrado a puestos o sitiales que no me
corresponden, que he vivido en una burbuja, en un paraíso idílico,
ficticio.
Buscamos,
el éxito, el progreso, cosa natural por otra parte, pero tal vez
pongamos tanto interés en ello que ese mismo encanto nos hace
olvidar que ello no es congénito de nosotros, que es un apéndice y
que en cualquier momento puede derrumbarse, y con ello todo un fuego
de artificios que se consume en unos solos segundos, restando tan
solo unas cenizas que el viento, la memoria, se llevará rauda.
Deduzco
de todo ello aquello de que “los niños y los borrachos dicen la
verdad” que cuando uno se ve desprendido de maquillajes, de
atributos, muchas veces sobrevalorados, cuando otorgamos más valor a
lo adquirido que a lo que es nuestra propia entidad, esa misma
naturaleza necesita un reciclaje, un reencuentro con ella misma y lo
busca, unas veces en el silencio, en la reflexión sosegada, los hay
quienes bucean en los placeres, otros que se apoquinan y se entregan
a la bebida, a la droga, se suicidan incluso, pero al fin y al cabo
es una vuelta a los orígenes, un examen natural de conciencia, de
búsqueda de nuestra identidad mutada, que no por ello tiene que ser
malo, pero si una revisión de las coordinadas trazadas entre nuestro
proyecto, nuestra idiosincrasia y nuestra coyuntura actual.
El
hombre nació desnudo, en todos los aspectos, y el transcurrir del
tiempo, el desarrollo de sus valores naturales, científicos,
morales, políticos, le dotó de unos atributos que van mutando
minuto a minuto, pero todo ello no debe hacernos olvidar que un
edificio se sustenta en unos pilares, que probablemente no sean lo
más vistoso ni lo más valorado en el conjunto arquitectónico pero
sin los cuales no sería posible semejante estructura.
Se
me puede apostillar que propago este método como una panacea, ¡lejos
de mi esa idea!, pero si aplicando aquello de que del mal también
se aprende, tomemos en consideración nuestra realidad, sin dejarnos
imbuir de veleidades, de sobrevalorar nuestros logros, poniendo los
pies en la tierra y así nuestros batacazos serán más livianos,
nuestras desilusiones menos agrias, y la concepción de nosotros
mismos más auténtica.
Resulta
fatídico, depresivo encontrarse cara a cara ante la mirada
inquisitiva de nuestro reflejo en el espejo al que consideramos amigo
fiel cuando nos revela nuestra imagen inquirida y nos halaga nuestro
“ego” y contra quien despotricamos si lo que proyecta es lo
antagónico a nuestro ideario, a nuestro narcisismo, pero lo verídico
aunque nos mortifique y nos retrotraiga al yo real.
BUENAS
COMPAÑIAS.- UN BUEN ALMUERZO.
Es
bueno de vez en cuando una pequeña escapada con los amigos de
siempre, un buen almuerzo en un lugar diferente, de grata acogida,
casi en familia, donde con toda la tranquilidad del mundo degustas
unas viandas que normalmente no realizas en casa, más que nada por
su costoso trabajo y donde la conversación se hace distendida, donde
parece que ha transcurrido mucho tiempo que nos hemos visto y fue la
semana pasada en circunstancias muy parecidas. Donde escuchas la
perorata de tu amigo que ese día le toca desahogo, y que puede
ponerte la cabeza como un tambor pero que siempre será más
llevadera que el escuchar un telediario o la lectura de la prensa
cotidiana, tan abrumadora, tan cargante siempre, donde las noticias
festivas y alegres quedan apenas para unas pocas páginas de las
fiestas locales, lejos de presagios catastrofistas, de panegíricos
idealistas, embaucadores, mentirosos todos ellos, que te envenenan el
día a día y de lo que necesitas una válvula de escape con
urgencia.
También
te brinda la posibilidad de ser tú quien puedas dar la tabarra y
desfogarte del vivir habitual, pequeños recuerdos de juergas
pasadas, acontecimientos nimios que recobran su actualidad, casi un
diminuto confesionario donde de nada hay que arrepentirse, donde
suenan las risas, corren los chascarrillos, donde el cuerpo sale
agradecido, y se retoman energías renovadas para el día a día
postrero, monótono.
Es
un instante de desfogue, de un desnudo, de un despojarse, siquiera
momentáneamente, de problemas, del mal humor acumulado durante esa
semana eterna de trabajo, de stress.
Asamblea
apolítica, donde los temas por mor de la inercia van pasando de uno
a otro y donde inevitablemente, como quien lleva desde su nacimiento
un lunar, emerge la inevitable política. A ras de tierra, a pie de
calle, el pueblo llano tiene las más variopintas soluciones, las
críticas más mordaces para nuestros sagaces gobernantes,
testaferros de nuestros derechos, libertades y demás vocablos
democráticos que dominan a la perfección en su oratoria pero que
los obvian en su práctica cotidiana, así hasta cuatro años
consecutivos como mínimo, pregonando a los cuatro vientos su
desinteresado trabajo en pro de los ciudadanos, pro por el cual no
les importa sacrificarse otra legislatura más y las que hagan falta,
que el pueblo es soberano y ellos están a sus órdenes, eso dicen
ellos. Resulta como mínimo sorprendente que esas mismas personas que
han salido de la calle, que habrán realizado las mismas diatribas
contra los políticos de sus tiempos, colocados en ese sitial
preferente arrinconen todos sus argumentos en el arca mohína del
olvido. Pena para ellos, porque el pueblo está ya curado de espanto,
lástima que sus reacciones se limiten a esas tertulias de almuerzos
o de bar.
CANTAUTOR.-
La
esperanza lleva en su interior un deje de amargura, producto de lo
que sientes, de lo que Amas, así con mayúsculas, de un futuro que
ves realizable, pero que otros desintereses desmedidos, traidores de
amores innatos desbaratan y que son capaces de derribar todo un
pasado que ha impregnado la vida cotidiana y que hoy consideramos
como trasnochados, anclados en un pasado, pero que es un esencia
llena de vida, de futuro.
Buscamos
perspectivas sin base alguna, con un mañana sin asiento, solo
mientras suspira un presente sin más allá que ese momento efímero
que nos lleva a una resaca que anula nuestro segundo siguiente que se
invalida en una disidía pérfida en el momento posterior que es
enlace de nuestro porvenir inmediato, nuestra existencia próxima,
-que la vida es un concatenación de hechos ordinarios- por eso
mismo desvalorados.
Cantautor
que expeles tu angustia, tu amor, sabedor que escucharán tu melodía
áspera pero que pocos conocerán tu contenido de asfixia que pocos
se impregnarán de tu mensaje enraizado en la naturaleza de tu
sentimiento, que no te atribule la poquedad de tus seguidores, porque
mientras haya una semilla hay vida y si hay cuarenta mañana serán
el duplo, no te imagines que verás el fruto de tu decir en tu vida,
no te importe porque ese tu trabajo es como el empeño del sembrador:
a posteriori.
Si
callas, si reprimes tu zozobra, nadie te podrá juzgar pero en tu
interior arrastrarás el pecado de omisión, porque tú no eres nadie
para valorar tu trabajo, tú estás solo para sembrar, porque para
eso has nacido. Por favor, cumple con tu tarea. Nada se ha escrito de
los que nada han dicho, de los que nada han hablado o cantado.
No
se te ocurra pensar que será un camino de rosas, pero que sepas que
hay gente que le gustan las corrientes bravas, porque ese conlleva
una adrenalina a la que pocos pueden acceder. El camino contrario
puede ser el de los apoquinados, los acomodados y tú no estás hecho
para ello.
Sino
fueras importante no llamarías la atención, no ya a tus amigos que
lo esperan, sino aquellos a los que les escuecen tus notas con voz
ronca, cansina pero firme, anclada en tus convicciones, fatigoso de
gritar a los cuatro vientos tus sentires sinceros.
Tus
suspiros desde el alma son para el silencio, para quienes comprende
ese románico de bases pétreas, permanentes, de ese gótico que con
sus arcos apuntados, antiguos que maravillan a aquellos ojos sinceros
que descubren siglos después la maravilla de un espíritu que
perdurará in eternum.
¡Aurrera!
ESTOY
CANSADO.-
Estoy
cansado, estoy cansado de tropezar siempre en la misma piedra, de
levantarme y arrellanado en un banco de la avenida que me conduce a
mi casa, con la cabeza entre mis manos, musitar y musitar, remugar
sucedidos anteriores, rememorando propósitos que nunca se
cumplieron, molesto de actos de contrición para nada, de observar
más tarde, en el espejo del aseo mi rostro deformado, de contemplar
en el silencio obligado por mi estado depresivo mi nulidad, esa
negación angustiosa de pomposidad, de mi fatua ostentación.
Estoy
cansado de evadir mi responsabilidad, de cargar siempre las culpas en
esa piedra que permanece invariablemente en el mismo sitio,
impertérrita, sabedora callada de mis cuitas, de mis zigzagueos
etílicos, oidora de mis monólogos pastosos, también de mis tajadas
lloronas.
Estoy
cansado de escuchar los “partes” en la tele y erigirme en doctor
“honoris causa” de cuanto sucede y sabedor de todas las
soluciones, como arquitecto que esboza en una cuartilla un proyecto
mayestático consciente de que todo se quedará en unos simples
trazos que nunca se llevarán a la realidad.
No
importa, eso me relaja, imprime una costra de barniz sobre un rayado
en un lienzo maravilloso, lo encubre pero nunca lo borra, pero por
unos instantes anula mi agonía. Y ¿mañana? Más de lo mismo, la
misma indolencia, conquistado otra vez, una vez más, por la amnesia
compañera cotidiana de mi acontecer diario.
Y
de nuevo ante el espejo del silencio, tumbado en el sofá, donde
nada te acicala, donde las palabras hueras no resuenan, donde te
enfrentas a ti mismo, tu conciencia se acoquina, donde se marchita tu
ego y te encuentras como Dios te trajo al mundo y compruebas que solo
consistes en un montón de grasa, que no eres tan agraciado como tus
aduladores o aduladoras te proclaman, que apenas si sabes farfullar
unos monosílabos, donde sientes vértigo al comprobar cómo esa
torre de adobe se bambolea y no atisbas a quien recurrir porque
siempre te supiste sobrado, entonces te abates, te flojean las
piernas, se te nubla la mente, te derrumbas. Estas cansado.
Estoy
cansado, hastiado de prédicas, de panegíricos con los que comparto,
pero que después del ensimismamiento hueco, compungido, se queda en
un mero fuego de artificio.
Estoy
cansado de mutarme la faz, de mentirme a mí mismo, de creerme mis
propios embustes, de no ser yo.
Quizás
la mentira pueda tener razón de ser cuándo con ella se consigue un
beneficio, una prebenda, pero es la mayor sinsorgería, la suprema
estupidez que el ser humano pueda cometer.
Estoy
cansado, no sé si es tarde, pero recostado en mi sofá, apago la luz
de mi araña del techo, cierro con presión mis párpados y duermo
con placidez.
El
único momento en que descanso, sin ser nadie.
LA
RIQUEZA DE LOS POBRES
Partamos
de a base de que ningún ser viviente es auto criado, por lo tanto
nadie puede atribuirse ningún tipo de cualidades como propias sino
advenidas, quiero decir con esto que nadie es más que nadie, ni por
origen nacional, familiar, siempre tendrá una idiosincrasia
congénita que le invalida de por sí toda la importancia y
transcendencia que quiera darse en principio.
Creada
un sociedad a modo y manera de que a cada uno le haya tocado situarse
por las circunstancias de diferente índole, lugar de nacimiento,
cultura, necesidades biológicas y ante toda lógica natural haya que
buscar unos basamentos, ideológicos, políticos, religiosos para
mantener ese status creado a posteriori de un origen igualatorio,
paritario que todas las religiones, creencias filosóficas, políticas
y de cualquier índole implantan y que la mayoría de los vivientes
asumimos directa o indirectamente.
Si
planteamos el axioma de que todos somos iguales, nos delata que la
realidad no es esa, sino todo lo contrario, porque nunca se puede
afirmar la realidad ni debatir sobre cuestiones tangibles, cuestiones
que están ahí realmente. Eso es como es, otra cosa muy diferente
que lo mutemos por diversos motivos y si esos porqués son
razonables, consensuados, todo cambio tenga razón de sí.
¿Dónde
radica el problema? Puede ser en los muchos intereses derivados de
diversas causas. Superioridad, casi nunca ganada sino advenida, como
la gracia de dios en los poderosos terrenales y a partir de ese
momento tergiversamos todo el orden natural, orden primigenio y la
rueda del mundo gira no naturalmente sino al ritmo y dirección de
quien en cada momento tiene el mando del mango que maneja el eje de
la ruleta que mueve la esfera terrenal.
Hoy
el mundo es contranatural, queremos progresar y destruimos el futuro,
arruinamos nuestras fuentes de vida en todos los sentidos, viendo
como todavía surca el agua por nuestros riachuelos, antes ríos, sin
ver que hemos agotados esos acuíferos, que hemos agostados nuestras
tierras en pro de un cemento dinerario, pero que una vez construido
no va a dar ninguna cosecha posterior. Estamos hablando de un hoy
tangible no sobre un quimérico devenir.
Hay
una cosa clara: a nadie, al menos a los mejor situados en esta “pole”
de salida y porque siempre requiere un compromiso y en esa escala
de “mejor vida” nadie rompe un lanza por esa igualdad tan
pregonada, sin tener en cuenta el valor de la felicidad, que al fin
de cuentas es lo que cuenta, creo yo, que es el fin en sí mismo de
la vida.
Justipreciamos
ciertos valores en muchas cosas tangibles, mutables según criterios,
normalmente dinerarios, sociales y a ellos dedicamos esfuerzos y
denuedos sin escrúpulos algunos, sorteando leyes, sobre todo las
naturales, que las ordinarias las creamos a nuestra imagen y
semejanza, y observamos las enormes diferencias, no como originarias,
que no lo son, sino con un pecado, que nadie sabe quien lo ha
catalogado así, por su indolencia, por su dejadez, sin querer
discernir las circunstancias que concurren en cada caso y con ello
cubrimos su imposibilidad, de la que somos culpables conscientes,
este es el peor mal, que somos conscientes, repito conscientes, y con
toda la desfachatez del mundo los abandonamos no como quien desecha o
tira a un contenedor la basura sino como penitentes dignos de esa
indigencia, de esa penuria, de esa injuria adornada con unas flores
caducas y bien pagadas de países que los han masacrado, y pregonando
en reuniones democráticas como la ONU y otro tipo de instituciones
que se han hecho todos los esfuerzos que se han podido y mientras en
esa misma sala de reuniones, en las carteras de los ministros de la
guerra hay cantidad de expedientes para seguir masacrando a pueblos
que se mueren de hambre y con sus esqueletos, con sus niños que
nunca superaran los cincuenta años , y es mucho decir, seguirán
dando de comer a esos buitres insaciables que lavarán su rostros con
trajes pomposos, con sonrisas marfileñas, con ágapes, esos sí, de
caridad, y volverán a su casa, a su misa, a sus rezos y darán
gracias a su dios de haberles concedido un día de “un buen hombre”
Ponemos en su mano derecha un mendrugo de pan, duro como una piedra,
las sobras que nos sonroja echar a los perros, y en su izquierda
colocamos bombas de racimo e insuflamos en su mente idealismos
etéreos, sembramos el odio, sobre todo entre hermanos, que la
historia nos confirma que es la más atroz y mortífera esa inquina
fraterna, los hacemos sumisos de su problemas con promesas beatíficas
Y ¡ojo! Que de todo ello quede constancia en las hemerotecas y
que haya incluso algún dictador y genocida que dedique con toda
pompa y fastuosidad una calle, una avenida, con escultura suntuosa
las grandezas de sus benevolencias sin que nadie sea capaz de darle
vuelta a sus bolsillos donde no solo se llevan el dinero de ese
pueblo, sino lo que es peor su vida, porque el alma es intangible
para ellos, que sino también eso sería pasto de su benevolencia, de
su abnegación y trabajo desinteresado.
Esa
es la riqueza de los pobres que nadie, ni siquiera dios puede
robarles el alma.
NO
A LAS ARMAS.-
Ha
fallecido Nelson Mandela. No hay nada que añadir a lo que todo el
mundo ha dicho, sino simplemente comentar lo que no se ha dicho.
Él
fue el adalid del diálogo, de la condescendencia entre todos pero
ninguno de los estadistas ha desarrollado en sus discursos, en sus
panegíricos emocionados, una mera insinuación de emular su
ideología, de seguir su senda trazada. Nos resta el consuelo de las
banderas a media asta, de silencios constitucionales, de funerales de
estado, de posibles monumentos fastuosos en las céntricas plazas de
las grandes capitales, en los dinteles de organizaciones mundiales
altruistas, construidas para la paz que conciben su consecución con
armamentos, con ejércitos que allí donde hoyan sus pies dejan tras
sus pisadas, muerte, miseria, odio, todo un paradigma de su credo, de
todo lo que hoy ensalzan entusiasmados, conscientes de que daría un
“cante” no sumarse a este duelo generalizado, quedarse fuera de
la foto como un anatema o sin darnos cuenta que su pueblo canta y
lo honra con una alegría de esperanza su óbito, de lo que no pudo
realizar en esta tierra lo consiga en su puesto privilegiado en el
cielo.
Hoy
ha sido Mandela, ex presidiario, fichado hasta hace muy poco tiempo
en la lista de terroristas, enemigo público número uno, antes los
hubo otros, Gandhi, Martín Lutero King, Teresa de Calcuta, los más
notorios y otros muchos más anónimos, pero con ellos un sinfín de
gente, denostados unos, insignificantes otros que han antepuesto su
vida, su entrega, los principios antagónicos a su tiempo, a un
mundo, cruel, inmisericorde, infame, sabedores de que su recorrido
era efímero, que sin fin sino trágico si transitorio, obviando la
cuantía de sus adeptos, de los conquistados por su convicciones,
desamparados en el intento ímprobo de mejorar este mundo, donde
todas las proclamas son baladís de un instante electoral, de
parafernalias programadas, loadas por acólitos dúctiles, de
personas con el estómago agradecido que tuvieron su momento de
gloria a posteriori, pero que su semilla apenas si ha calado en
campos yermos, eriales.
Son
muchos anónimos, pero se hace complejo hallar personas que se
comprometan con seriedad, abandonando a un lado discursos proféticos,
vanos, a asumir esa responsabilidad por el compromiso que ello
conlleva.
Prolongaremos
el envío de unidades militares so pretexto de acciones humanitarias,
pregonadas a los cuatro vientos, ocultadoras de intereses obscenos,
conservadoras de oídos ancestrales y seremos encomiados como hombres
de bien, premiados con el Nobel de la paz, cuando nuestra alfombra
roja por donde paseamos orgullosos, no es de terciopelo sino de
sangre de cientos y cientos de muertos en todos los lugares del
mundo, a quienes los hemos trasegado a la paz de la otra vida, sin
opción siquiera de una oportunidad en esta..
TXORIAK.-
Me
encantan los pequeños, los inocentes, sin diferencias de especies,
porque son verdaderos, cantan con trinos limpios al punto de la
mañana cuando todos los gritadores de programas falsos, baldíos,
duermen sus mentiras, cuando no han comenzado los coches a circular,
cuando aun las campanas no han abordado sus repiques monótonos,
cuando hasta el aire esta cobijado sumiso entre las ramas de los
árboles como auditor extasiado que no quiere dejar escapar de sus
oídos el mínimo sonido por sutil que sea , cuando los hombres no
han entreabierto sus ojos soñolientos cansados de pesadillas, de
nocturnos destemplados, ellos con los primeros rayos de sol que se
arropan del iris en sus plumajes coloreados, en sus gorjeos
juguetones de niños inocentes las notas cálidas de su canturrear
sincero, despertadores fieles de los amaneceres, impertérritos a las
vicisitudes de tiempos, de caracteres, de ideologías, concertistas
cotidianos de una vida plena, portadores de una energía
transmutatoria de estados de ánimo con ese sonido límpido que el
eco espacia al infinito, con esa lucidez impoluta, acallando
pensares, sumiendo en silencio todo ese totum revolutum personal,
trastornando el devenir rutinario, creando un himpas extraño,
novedoso, evocaciones de tiempos no tan remotos, de vivencias
sosegadas en campos yermos, a la mácula sombría del árbol frondoso
junto al canto cadencioso del agua fría, cristalina que transcurre
tímida, semi oculta entre el follaje de oblongos chopos como
flautas traveseras, orquestando un vals de las maravillas para
quienes no tienen premura, para los que el tiempo es ese instante que
se eterniza en un recogimiento espiritual donde nuestro yo es
volátil, capaz de traspasar fronteras, de alcanzar cuotas
inalcanzables, de pregonar mensajes inteligibles para todos los
espíritus
Pero
la premura es tanta que tan solo un instante permite semejante
munificencia y despreciamos el encanto de un segundo de paz a cambio
de un tiempo infinito de destemples, de silencios cómplices, de
fingidos compromisos, añorando tal vez encontrar en nuestra agenda
un renglón donde anotar, resguardar un segundo en nuestras
vacaciones para tal evento, pero otras cosas casquivanas emborronarán
pronto ese renglón y nadie caerá en la cuenta que en algún momento
fue importante.
No
descanséis en vuestro peregrinar como tal juglar andante que uno
solo de los transeúntes que se detenga para escuchar vuestra
parábola habrá merecido la pena. Que nos preocupe la productividad
que no hay balanza ni fiel para calibrar vuestra riqueza.
UN
AMIGO
No
esperes de mi dinero, ni favores, porque no soy de los que están en
el poder, y aun entonces, tampoco, porque nunca he estado de acuerdo
con este sistema, ni tú nunca, por eso compartimos ideas, ilusiones,
utopías, te daré un aliento que no remediará tus males pero
aliviará tu angustia un instante, solo un instante, que los
instantes son eternos, se graban para siempre, te tenderé la mano
cuando andes renqueante, te ofreceré un vaso de agua cuando tengas
sed, aunque este jodido, procuraré esbozar una sonrisa, no rezaré
por ti porque no me fío de quien se dice que
creó este mundo a su imagen
y semejanza e instaurar un cielo para los de su cuerda, y yo no soy
de esa peña, ya me conoces, en mi casa tendrás cuando quieras un
plato y un saludo sincero.
Mi
recompensa será ese apretón de manos sincero que me ofrecerás en
esa cama de hospital, o en ese paseo matutino en tu silla de ruedas y
mi satisfacción ese momento de felicidad que me brindas.
El
tiempo, a veces, a cuenta de tropezones nos enseña el valor de la
amistad, la felicidad y no hay en el mundo ningún economista que
sepa justipreciar estas virtudes, incapaces de distinguir nada que
tenga un color, un tacto diferente del de unos billetes que pueden
desaparecer en un instante en una hoguera, en un robo, pero lo tuyo,
lo mío, los de los que nos quieren, eso perdurará incluso bajo una
losa fría de mármol pero ardorosa del amor de los nuestros.
Ya
sé que no dudas, pero por si acaso, cuenta conmigo, yo sé que no me
defraudarás porque también cuento contigo.
VIVA
EL COLESTEROL.-
Sin
duda que soy un nostálgico, tal vez porque en mis años de juventud,
dentro de las precariedades que entonces existían no éramos de los
más desafortunados.
En
mi pueblo, Zizur Mayor, no existían grandes diferencias sociales,
porque exceptuando los cinco labradores, casas pudientes que se decía
entonces, los demás eran personas obreras, albañiles muchos,
asalariados de fábricas otros, funcionarios algunos, estudiantes
para curas bastantes, con complementos para la subsistencia, las
huertas en el “soto” a la vera del río Al Revés, variopinto en
colores por los vertidos de Inquinasa, donde se recogían toda clase
de verduras, las parcelas comunales en el “Monte” donde unos
cuantos sacos de grano servían para alimento de unas pocas gallinas
en el gallinero humilde de unas bajeras, el cuto que surtía de
carne, la mayoría adobada en tinajas de barro, los jamones salados
en muchos casos en los pasillos de las pequeñas casas, las
longanizas colgadas en las vigas de madera de las cocinas o pasillos.
Se
me olvidaban los patos. Eran gran cantidad que en manada acudían a
la fuente de pueblo sita en el camino que transitaba al soto y a
Barañáin a los que los chavales sometíamos a verdaderas judiadas,
sin duda que gracias a ellos nos viene el mote de *“patos”.
Apenas
si acudíamos a las “Iruñas” porque eran escasos los medios de
comunicación, algunas bicicletas “BH” pesadísimas y viejas, con
las cubiertas desgastadas por el uso, con remaches a base de cuerdas
de esparto, la villavesas que entonces realizaban cinco viajes a la
capital, el “tres Valles” que circulaba hasta Guirguillano,
pasando por el valle de Echauri, la Estellesa que rozaba la “casa
Grande” y que a las seis de la mañana descargaba el correo.
Pero
ya mozicos con la precaria paga de la madre, tesorera de la economía
casera, hacíamos una escapada para tomar algunos vinos, “soberano”
y pacharán, que tan poco eran muy prolijas las bebidas en aquellos
tiempos, la asistencia a las discotecas y temprano a casa porque
existía el estado de queda del que salíamos más beneficiados los
hombres que las mujeres.
Hoy,
aprovechando esa posibilidad que nos da ese espíritu, con mi mente
vagando en los viejos tiempos sentado en un banco de la plaza del
Castillo, me acordaba de Casa García, hoy con un nombre difícil de
pronunciar, servido con camareros distintos, tal vez más
profesionales pero menos familiares, donde es casi imposible tomar el
almuerzo tradicional de huevos con chistorra, callos, menudos y demás
“guarradas”. Nos hemos quedado sin las patatas bravas del Ganuza,
las gambas al ajillo del Ona, atrás quedan las sardinas del marrano,
los vinos en serie de la Cepa, lejanos permanecen los recuerdos de
las discotecas, “Anaita”, “san Juan”, “Natación,
“Larraina”…, apenas los más mayores recordamos el entrañable
viejo “san Juan”, cuando la liga era una competición entre todos
los equipos, los vermús del mediodía, los txiquiteos en cuadrillas
a las tardes-noche en alterne los mozicos con los veteranos diestros
en mil batallas, por las familiares calles de Jarauta, Navarrería,
san Nicolás, san Gregorio… Apenas podemos recurrir a los huevos
del Cordovilla, los ricos mejillones de la Mejillonera, agradecemos
la permanencia de Casa Paco, Juanito, el Oreja con sus pinchos
gallegos…
Difícilmente
si se escuchan jotas porque incluso hay carteles prohibiendo cantar,
no observamos esas partidas al mus encarnizadas después de la comida
dominical, no oímos esos chascarrillos en animados parloteos, a
veces gangosos después del trasiego de un porrón de potes, no se
juega ya en la trastienda del Ultzama o en desaparecido Ginés, casi
subrepticiamente, a juegos prohibidos de envite. Caminamos demasiado
aprisa empujados no sé por quién, cuando antes no existía apremio
alguno, cuando parecía que esos paseos callejeros eran norma de
obligado cumplimiento
Hemos
cambiado con una celeridad inusitada esas costumbres, cada cual
considerará si para bien o para mal. Yo tengo mi propia conclusión.
Nos
rozamos apenas transitando por las aceras y levemente nos permitimos
unos segundos para el saludo fugaz, allá quedan, relegadas al
olvido aquellas rivalidades amistosas, hoy muchas veces convertidas
en rencillas irreconciliables por mor de políticas, de ideas que
lejos de unir nos separan, trucando verdaderos valores.
Aquellos
retos al fútbol casi triviales entre los pueblos con porterías
provisionales, en labrantíos poco tiempo antes trillados, secos y
duros como piedras, o en campos enfangados en invierno, los partidos
de pelota en el “rebote”, encarnizados por un porrón de cerveza.
¡Que poco nos hacía falta!
Suena
en el carrillón de la Diputación las doce, y acompañan los
compases del himno de Navarra que me hace salir de mi ensueño. No me
resisto el acudir a la calle Estafeta y tomarme un clarete, hoy
rosado, en el Juanito con un pincho de morros. ¡Viva el colesterol!
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