Los dos perdieron. Habían nacido juntos sin ser siameses, unidos en lo material y en lo espiritual, formando un todo indisoluble, uno síntesis del otro. Así siguieron durante los primeros años porque la infancia no parece marcar diferencias pronunciadas, insalvables. Con el paso del tiempo comenzaron los matices, livianos, triviales que sin creerlo fueron formando diminutas fisuras entre ambos. Armaban un todo conjunto, inseparable. Del principio al fin del período de su vida transcurría con naturalidad cuando las coincidencias en ideas, actos, trabajos eran sincrónicas, pequeñas trifulcas que se diluían en los minutos siguientes con una vuelta a la normalidad natural. Dormían juntos, corrían al unísono, jugaban los mismos juegos, armonizaban muy a menudo en pensamientos parejos, participaban en la misma mesa. Su normalidad era tan simple que a nadie de su alrededor llamaba la mínima atención su cotidiano devenir. Pasaban tan desapercibidos que eran un número más en e...
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