PESADILLA.-
¡Joder
que descanso! ¡Por fin puedo quitar todas las notas rápidas que
inundan la pantalla del escritorio! ¡Se acabó el agobio!
Habrá
quien se aqueje del resacón postvacacional pero para otros es una
completa liberación tanto emocional, física, como psicológica.
El
hombre parece que está hecho un poco para la monotonía. Levantarte,
trabajo, comida, siesta, si es posible, si la costumbre impera la
ronda con la cuadrilla, un poco de tele para estar al día de las
noticias y… mañana más de lo mismo.
La
calle, nuestra calle, parece otra, sin esas invasiones cuasi
vandálicas de gente extraña que se rompe la cara para acceder a ese
importante comercio de ropa, a la juguetería. Han vuelto las mujeres
con las silletas donde llevan embozados a sus pequeños hasta las
orejas, para dejarlos en la guardería del número cinco. Suena la
chicharra en el patio de los jesuitas que acalla el ruido
ensordecedor de los cientos de estudiantes. Parece novedoso el
silencio del ambiente. Caminamos mas abrigados con la ropa de “labor”
sin ese pavoneo cursi para llamar la atención de los transeúntes en
los días pasados. Los saludos son ajustados, impelidos por esa
lucha contra el reloj, impecable guardián del horario, impulsor de
carreras que aceleran nuestro pulso, enrojecen nuestras mejillas y
muchas veces para nada. ¡Otra vez tarde al trabajo!
La
comida sencilla de una buena sopa caliente, o berza o…, un humilde
plato de dos huevos con lomo y pimientos, acompañado de ese viejo
amigo olvidado en el rincón de la alacena, ¡sí hombre! Nuestro
vino peleón.
Y
ese regusto de una buena cabezada en sofá con la tele encendida por
la inercia del automatismo y nuestra mente vagando por otros mundos.
¡Ospas!
Son las siete sin darnos cuenta. Descendemos con premura las
escaleras y en un plisplas nos situamos al pie de la barra. Está
como casi todos los días, con los mismos de siempre, con la tele
enchufada aunque nadie le haga caso, pero estos días normales no
molesta a ninguno. Venga, Demetrio, échanos un txikito “sin aire”,
que esto es vida. Ya no suenan esas canciones tan acaramelas, sino
las voces sonoras de las canciones picantonas, de jotas bravas.
Corrillos que sueltan la carcajada tras oír contar el “susedido”
de Juantxo. Varios bares, varias rondas. Un último “arranque” y
un agur sincero, sin tantas pamplinas como días atrás.
Un
poquito de cena, el último “parte” y al “pulguero” que
mañana es otro día.
¡Rediós
que pesadilla esto de la Navidad!
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