LOS POBRES SIEMPRE
RÍEN.
Cuando tienen
un niño en una chabola, sin nada, sin recurso alguno, sin un futuro
para el nuevo retoño, pero en ese momento entienden la vida sin
prejuicio alguno, tal como es, como la vida misma, sabedores, o quien
sabe si conocedores del transcurrir de la naturaleza, donde ellos
son meros extras de esta película, donde no son para nada
protagonistas del guión, donde nunca han sido consultados, tanto del
resultado como del beneficio que ello pueda contraer. Están allí,
imprescindibles, pero sin salir en las pantallas ni siquiera con
letras mínimas. Les basta.
Los
buscarán con denuedo, estén donde estén, porque solo su sola
huella digital, porque nadie les ha enseñado a escribir, ni a
pronunciar palabras correctas de los grandes tomos de la Academia de
la Lengua, cuando esos vocablos son muy anteriores a la existencia
de la Academia, -de ahí vienen los derivados- para
prometerles un futuro donde lo primero que tengan que haces es
claudicar a su cultura, a su esencia y les darán abrazos vacuos, de
sonrisas fingidas so pretexto de un mundo efímero, forma clásica
de llamar al esclavismo actual.
Ríen
cuando, tras un bombardeo, compañero cotidiano del día a día, se
ven aunque magullados, amputados, con miembros de su familia
desaparecidos, saliendo de los escombros del progreso, de ideologías
liberadoras comprobando un tímido rayo de sol entre la bruma
asfixiante de los gases de
las bombas y escuchan los sonidos de las balas tal si fueran fuegos
artificiales. ¡estamos vivos¡.
Cuando
son recogidos tras largas jornadas hacinados en paqueteras, tirando
por la borda compañeros que no han podido sobrevivir a semejante
hazaña, ríen.
Cuando
ateridos de frío son apilados en recintos de acogida a la que no
envidian las cochiqueras de cualquier granja moderna.
¿Cual
es su futuro? No les puede preocupar porque nada está en sus manos y
filosóficamente ríen porque el desgaste es idéntico al llanto.
Cuando
llegan a ese futuro idílico en países donde su vida va a sufrir
una reencarnación regeneradora de tiempos severos, su sonrisa se
transforma en una mueca mitad risa, mitad frustración, Entonces,
ante nuestra estupor, también ríen.
Reciben
en el primer momento, parabienes encorsetados, fotos de primera
página, promesas vanas, vaciás, que apenas sujetan entre dientes,
conocedores de aconteceres anteriores, una sonrisa contenedora de
desaires. Pero ríen. Es lo único que les queda después de
experiencias fallidas, de promesas traidoras,
Sería
menester un espejo donde en el
mismo observarnos con rostros amojamados, camuflados de falsos
ademanes, rollizo nuestro
orgullo de haber hecho “algo”, muchas veces indecente por ellos.
No
temamos que nos traigan nada para lo que estamos vacunados, quizá
nos falta aprender a reír.
Pero
eso no se compra con todo el oro del mundo, ni con ideologías
religiosas, ni políticas profanas.
Sin
duda, sin darnos cuenta, tengamos una deuda pendiente con esta gente.
Y
que alguien recuerde que siempre fue emigrante, de tierra, de
países, de ideas.
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