LA
PLUMA.-
Hoy
me he puesto a escribir y resulta que no funcionaba la pluma. La he
recargado y sigue sin funcionar. Y he pensado que la tinta podía
estar ya pasada, que a lo mejor la pluma estaba despuntada, que…
pero no se como no se me ha ocurrido pensar que no tenía nada
interesante que plasmar en esa hoja. ¿Conspiración hoja y pluma?
Pienso, así como yo hago que hipotéticamente las gallinas ladren,
que los perros sean niñeros, que los árboles susurren… ¿porque
no le dejo a la pluma, mi pluma, mi servidora, que se explaye?
Hasta
cierto punto me da un poco de repelús, me acobarda que en esa
libertad que le estoy dando, me comunique que en tal fecha le obligué
a escribir una serie de necedades, que me empeñé que el circulo era
cuadrado, que era maravilloso y que la solución del mundo estaba en
mis manos. Un dios con minúsculas.
Como
en una partida de mus: ¡órdago! Y salga el sol por “ande
quiera”.
Considero
suponer que ante tal tesitura ella se encontraría angustiada, en
estado de sock ante situación ignota, tal vez desquiciada frente a
semejante disposición, conocedora de su situación de criada sumisa,
leal y fiel de mis adquisiciones, porque la tenía en ese instante
pendiente en el aire, como pájaro enjaulado, sin darme cuenta que si
no la acercaba al papel, si no le concedía la libertad, ese escape
incondicional, sin presión alguna, dotándole de la categoría de
ser intelectual, con autonomía propia, tal vez una entelequia para
ella, una sin razón de un ser superior que se despojaba de su
señorío dejándola a su libre albedrío, autónoma, vocablos que
había imprimido en paginas oblongas, eternas, iterativas, flácidas
algunas veces, trémulas en circunstancias de nervios, de resacas
nocturnas, era inverosímil pedirle, concederle opción ninguna a
esa libertad de expresión que generosamente le ofrecía.
Lo
primero que caligrafió: “ pensaba que nunca iba a llegar este
momento” porque yo sabía que alubias se escribe, con B, que ese
rasgo en tu bosquejo estaba desajustado, que ese concepto que querías
expresar era inconcreto, inacabado y que cuando alguien leyera tu
escrito, dentro de su comentario despectivo estaba complicad yo, sin
comerlo ni beberlo,impotente de enmendar tu desvarío por el que
algunos te tacharían de indocumentado, semi analfabeto, algo
impropio de alguien que se considera, como mínimo un buen escritor.
Tomabas el escrito azogado entre tus manos y con mala leche tachabas
ese vocablo, sin meditar que daño me podías hacer.
Las
máquinas somos muy fieles, nos achacan siempre el yerro de todo,
pero en absoluto nos quejamos, servimos hasta que a ti se te antoje,
somos moneda de cambio a tu capricho, las de ahora simplemente
porque son modernas, tienen mejor “tipo”, fardan más, dan más
prestancia, suben tu ego, tu nivel social, nos arrebatan el lugar
humilde que hemos ocupado en tu devenir. Sin comerlo ni beberlo.
Simplemente es nuestro sino.
Espero
que no te enfades, porque mi intención no es criticarte, sino
simplemente que yo, cuando tu escribías, era cómplice de tus
sentimientos, llena de congoja cuando interrumpías tu libelo,
conllevaba una agonía, frecuente, sí, pero agonía, porque el
final del relato, podía entrañar el acabamiento de mi existencia.
Respiraba
aliviada al ser depositada en ese pequeño cuenco de arcilla de las
cuajadas, esperanzada siempre de volver a ser útil, porque quieras o
no, entendía que era un olvido pasajero, a un hasta luego.
Ignoro
hasta cuando este permiso o inciso en nuestro contacto tenga
vigencia.
Pero
después de tanto jabón, te contaré cosas que tú mismo has dejado
en el tintero, otras que has pensado e ignorabas como expresarlas,
podías haberme preguntado, porque tengo plumas insignes que nos
podían dar una pista. No es un reproche, pero ves que estando
juntos, sin comunicación, perdemos unas posibilidades que nunca
podremos calibralas.
Te
observo como ojeas papeles ya un tanto borrosos por el paso del
tiempo, olvidos de la dejadez en el anaquel de tu estudio, pero que
te traen recuerdos que intuyo te son amenos, como cuando visualizas
aquellas páginas impresas en una misiva amorosa,
Aquellos
textos tan endulzados, tan pletóricos de ese ardor juvenil que todos
habéis tenido en los años juveniles, donde esas expresiones iban
impregnadas de un amor indescriptible, tu vida misma. Escritos
triviales, ñoños, con visión retrospectiva pero que marcaron esa
época indeleble en tu curriculum.
¿Añoras
como las guardas en lienzo de terciopelo tal que si de un tesoro se
tratase.? Para ti era eso, un “Tesoro” y merecía semejante
distinción. Te observaba restregando tus ojos húmedos, que los
sentimientos conmueven lo más íntimo de las entrañas de una
persona, y consideraba que en esos segundos de felicidad, porque no,
tambien de melancolía, quizás en ocasiones de tristeza. Pero
quieras o no es un trecho real de tu existencia, imborrable pese a
que las letras se decoloran por la acción imparable del
transcurrir de la vida.
Aquellas
letras enviadas de ciento a viento a tu madre, a la que la distancia
te impedía visitarla, llenas de afectividad de hijo que lamenta que
la lejanía no es disculpa para hacerlas tan espaciadas, esa dejadez
que achacamos a compromisos no lo suficientemente justificados.
Tambien,
¡porqué no! Esos escritos impresos con el ardor juvenil, en
situaciones que te eran incomprensibles y en las que infinidad de
veces considerabas tener razón y que muchos luego criticaban y esas
apreciaciones te molestaban, achacándolas a su ignorancia, a su
falta de criterio, como juez único y perfecto.
Recuerdo
con nitidez cuando escribiendo sobre un tema escabroso que ya había
levantado ampollas en el ambiente político, en tu reacción en
caliente en una parte del texto colocaste ciertos vocablos de dudosa
veracidad, sosteniendo dudas sobre su oportunidad, valorando que
tendría mayor impacto las consideraciones y optaste por plasmarlas
en las cuartillas.
A
la mañana siguiente, tu cabreo fue monumental porque el resultado no
fue el apetecido más bien todo lo opuesto, Achacaste el fracaso a
la incomprensión e incluso ignorancia de los lectores. en tus
explicaciones con los amigos, comentasteis: “que era una manera de
actuar normal”
Intentaste
retomar la idea pero tu nerviosismo no te permitía hilvanar dos
palabras seguidas, optando por fin arrugar la página y depositarla
en la papelera.
Debo
confesar que temí por mi integridad y ser víctima de tu enojo.
Como
te exasperabas porque no eras capaz de expresar en ese papel unos
raciocinios que considerabas interesantes y arrugabas con furor el
papel para arrogarlo con desdén a la papelera. Había ocasiones en
que en ese estado te refugiabas en una copa de licor, te invadía un
complejo de inutilidad. Te apocabas. Te ninguneabas. Eras
arisco´juez cruel contigo mismo.
Perdona,
opino que te faltaba un poco de auto crítica. Reconozco que es
lacerante este comentario, pero la libertad de los demás, si se
admite, conlleva situaciones no del todo agradables.
El
escribir muchas veces es un bálsamo y sin darte cuenta o no,
apreciarlo, tanto al papel como a mi, nos tienes a tu entero
acomodo, sin reproche alguno, con sumisión filial.
¿Echas
en falta la satisfacción te sentiste cuando en la universidad que
otorgaron el premio cum laude por una perfecta tesis que expusiste
ente el claustro de insigne profesores, que hasta en tu interior, tu
estima, tu eggo puede que hasta la sobrevaloraste?. No es reproche,
es lógico porque fue un quehacer concienzudo, de exigente trabajo,
de sacrificio de muchas aficiones, de dejar a un lado fiestas y
juergas. Todo ello mereció la pena.
No
me negarás que “mola” que uses la estilográfica, algo caduca,
incógnita, sino despreciada como cosa inútil, obviando cuantas e
infinitas son las obras maestras de la literatura que perduran hoy
merced a ese trabajo silencioso, sumiso, abnegado.
Hubo
momentos en los que comentabas que raspaba, sin pensar que tu desidia
en mi cuidado dejaba una mota de polvo en la punta del tajo y ello
provocaba pequeño rastro de tinta que alargaba los rasgos de tu
escritura. Pensaba entonces que era el proceso irreversible de una
artrosis que se había apoderado de mi.
Transcurren los años, tu pulso
no es tan firme y tambien en eso yo participo haciendo los trazos
más lentos y temblorosos, las
letras onduladas, en casos aislados, un borrón.
Vamos parejo y con el fin de tu
vida va anexa la mía. No espero panegíricos, ni siquiera el más
humilde
parabién, no van incluidos en el
anuencia de nuestro servicio estos reconocimientos.
Te irás y yo quedaré aparcada
en el olvido en un pequeño tarro de cerámica de cuajadas o en el
peor
de los casos arrojada a un
papelera como trasto baldío, presta siempre para volver a escribir
historias
nuevas, o repetidas, misivas, diatribas según convenga al
nuevo dueño.
Acabada la invitación, repasando
el escrito autobiográfico de mi pluma, me he dado cuenta que
sin
querer,
o quien lo sabe, con una cierta
implicación sibilina, han sido mis propias memorias.
¿No ha sido mi pluma el órgano
de mi expresión cotidiana, un reflejo perfecto de mi “yo”,
sincero,
real, consustancial?.
A lo mejor.
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